Pero sobre todo esto, el mayor
pecado que cometemos como docentes y por el que deberíamos hacer un profundo
examen de conciencia es por obligar a nuestros niños a renunciar a su talento
para pasar por el aro del sistema. Matamos la creatividad y lo peor de todo,
matamos la pasión de la infancia para que los niños extraordinarios, esos a los
que el sistema se les queda corto, les aburre, les desmotiva, se pongan a la
altura de los niños mediocres que se adaptan muy bien a esta maquinaria
perversa que crea sumisos, niños sin personalidad pero que hacen deberes
durante horas aunque tengan que llorar amargamente y perder tiempo de ocio
(cultura del esfuerzo, no lo olvidemos) que no cuestionan nada, que escriben
perfectamente fish porque lo han copiado
mil veces, aunque quizás no sepan lo que significa.
Cuanto más leo, estudio y vivo la
educación española, desde dentro como maestra y desde fuera como madre, más me
doy cuenta de la hipocresía en la que estamos inmersos.
Se nos llena la boca con palabras
como innovación, nuevas tecnologías, aprendizaje basado en proyectos,
diversidad del alumnado, adaptación al estilo y ritmo de aprendizaje de los
alumnos, desdobles, motivación, entusiasmar para aprender y un sinfín de
términos y conceptos que componen una bella fauna de unicornios color rosa en
el país del arcoíris en el que creemos habitar los docentes y los padres.
Sin embargo la realidad es muy
distinta. No vivimos en el bello mundo de Oz, sino en los dominios de la
malvada bruja del Oeste encarnada en esa aberración diabólica llamada
bilingüismo y con su séquito de monos voladores llamados cultura esfuerzo,
aprendizaje memorístico, deberes, deberes y más deberes, libros de texto,
cuadernillos, ejercicios del cuaderno, si faltas un día tienes los deberes más
todo lo que hemos hecho en clase, vamos a tema por quincena y la mitad de los
ejercicios se hacen en casa, etc.
Pero conozcamos más de cerca a
estos monstruos que están devorando, con nuestro consentimiento y, en
ocasiones, incluso celebración, la infancia de nuestros hijos.
La reina del mal, para mí, es,
sin duda, el bilingüismo. Esa soberana estupidez que, jaleada por esos papás a
los que han lavado el cerebro con la idea de que el inglés es fun-da-men-tal
pero que casi ninguno ha ido a ninguna parte donde haya tenido que usarlo. El
bilingüismo no funciona. Lo han dicho varios expertos pero cualquiera con dos
dedos de frente lo puede ver por sí mismo. Es una estupidez que niños de 6 años
que, están consolidando sus habilidades lecto-escritoras ( en otro países es a
esta edad a la que EMPIEZAN a leer y escribir) se encuentren con dos
asignaturas troncales en inglés. Cualquiera que tenga dos neuronas conectadas
se dará cuenta de que, de esta forma, ni aprenden el ansiado inglés ni tendrán
ni pajolera idea de conceptos importantes de sociales y naturales. Y aquí entra
en juego el negocio del siglo: las academias de inglés. Las hay de todo tipo,
que juegan que repasan, que dan sciences… pero la mayoría de los niños van a
academia de inglés. Luego todos decimos tener el unicornio del “uso
responsable” de las extraescolares, pero el inglés es intocable. ¿Le gusta al
niño?, ¿le supone una actividad relajante después de la larga jornada escolar y
antes de la igual de larga jornada de deberes? No sé cuestiona. Es inglés, es im-pres-cin-di-ble
y fun-da-men-tal. Y el problema es que las academias marcan los mínimos de los colegios. Los niños van a las academias a
copiar como loros palabras que, muchas veces no saben ni qué significan, pero
copian y copian y cuando les preguntan esas mismas palabras en el colegio las
repiten perfectamente y ese es el criterio de evaluación para todos.
Luego entramos en los entresijos
de este bendito sistema educativo. Y aquí, con todo el respeto del que soy
capaz, culpo tanto a padres como a mis colegas de profesión. A los padres
porque nos hemos dejado engañar por la idea de los colegios buenos y malos (en
función de la posición en los “rankings”) porque en el fondo es una idea que
nos atrae. Porque no nos gusta que nuestros hijos vayan con hijos de
inmigrantes o nos molesta que un compañero tenga una necesidad un poquito más
especial que las de nuestro perfecto retoño porque “retrasa el avance de
nuestro hijo”. Así que somos carne de cañón para que nos vendan la falsa idea
de elitismo en las escuelas, de ahí los rankins, el llevar a los niños a
colegios concertados, la competición entre colegios públicos por captar
alumnos…
Y culpo también a mis compañeros.
Primero porque permitimos que este sistema se siga extendiendo como un cáncer.
La marea verde es la más parada de la historia de las mareas. Hay muy poca
movilización; y segundo porque, aún sometidos al yugo de un sistema de mierda,
se puede actuar de muchas maneras. Se pueden mandar cinco ejercicios de deberes
o trabajar en clase y no mandarlos, se puede decir que los niños tienen que
hacer los deberes porque es la autoridad del profesor el que la manda o asumir
que no somos tanta autoridad sino un guía para enseñarles la entrada al camino
de baldosas amarillas que, al final, tendrán que recorrer solos, porque se nos
puede llenar la boca diciendo que queremos enseñar a nuestros alumnos a ser
independientes y críticos pero les queremos sumisos a nuestra autoridad, porque
convertimos los fines de semana de los alumnos es interminables jornadas de deberes,
de escribir una y otra vez los nombres de los animales en inglés (porque en 1º
de primaria si escribes fis en vez de fish te lo pongo mal) en vez de
permitirles tener tiempo libre para ir al zoo a ver a los animales en vivo;
porque estamos todos los docentes taaaaan cansados y tenemos taaantas ganas de
que llegue el fin de semana para descansar, pero nosotros, ¿eh? los niños no,
que no asimilan la cultura del esfuerzo, que no repasan, que pierden la rueda
del sistema, que no pasan por el aro…ellos a trabajar, a hacer deberes, que
para eso son alumnos.
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