domingo, 5 de marzo de 2017

Des-innovación educativa




Pero sobre todo esto, el mayor pecado que cometemos como docentes y por el que deberíamos hacer un profundo examen de conciencia es por obligar a nuestros niños a renunciar a su talento para pasar por el aro del sistema. Matamos la creatividad y lo peor de todo, matamos la pasión de la infancia para que los niños extraordinarios, esos a los que el sistema se les queda corto, les aburre, les desmotiva, se pongan a la altura de los niños mediocres que se adaptan muy bien a esta maquinaria perversa que crea sumisos, niños sin personalidad pero que hacen deberes durante horas aunque tengan que llorar amargamente y perder tiempo de ocio (cultura del esfuerzo, no lo olvidemos) que no cuestionan nada, que escriben perfectamente fish porque lo han copiado  mil veces, aunque quizás no sepan lo que significa. 

Cuanto más leo, estudio y vivo la educación española, desde dentro como maestra y desde fuera como madre, más me doy cuenta de la hipocresía en la que estamos inmersos.
Se nos llena la boca con palabras como innovación, nuevas tecnologías, aprendizaje basado en proyectos, diversidad del alumnado, adaptación al estilo y ritmo de aprendizaje de los alumnos, desdobles, motivación, entusiasmar para aprender y un sinfín de términos y conceptos que componen una bella fauna de unicornios color rosa en el país del arcoíris en el que creemos habitar los docentes y los padres. 

Sin embargo la realidad es muy distinta. No vivimos en el bello mundo de Oz, sino en los dominios de la malvada bruja del Oeste encarnada en esa aberración diabólica llamada bilingüismo y con su séquito de monos voladores llamados cultura esfuerzo, aprendizaje memorístico, deberes, deberes y más deberes, libros de texto, cuadernillos, ejercicios del cuaderno, si faltas un día tienes los deberes más todo lo que hemos hecho en clase, vamos a tema por quincena y la mitad de los ejercicios se hacen en casa, etc.
Pero conozcamos más de cerca a estos monstruos que están devorando, con nuestro consentimiento y, en ocasiones, incluso celebración, la infancia de nuestros hijos.
La reina del mal, para mí, es, sin duda, el bilingüismo. Esa soberana estupidez que, jaleada por esos papás a los que han lavado el cerebro con la idea de que el inglés es fun-da-men-tal pero que casi ninguno ha ido a ninguna parte donde haya tenido que usarlo. El bilingüismo no funciona. Lo han dicho varios expertos pero cualquiera con dos dedos de frente lo puede ver por sí mismo. Es una estupidez que niños de 6 años que, están consolidando sus habilidades lecto-escritoras ( en otro países es a esta edad a la que EMPIEZAN a leer y escribir) se encuentren con dos asignaturas troncales en inglés. Cualquiera que tenga dos neuronas conectadas se dará cuenta de que, de esta forma, ni aprenden el ansiado inglés ni tendrán ni pajolera idea de conceptos importantes de sociales y naturales. Y aquí entra en juego el negocio del siglo: las academias de inglés. Las hay de todo tipo, que juegan que repasan, que dan sciences… pero la mayoría de los niños van a academia de inglés. Luego todos decimos tener el unicornio del “uso responsable” de las extraescolares, pero el inglés es intocable. ¿Le gusta al niño?, ¿le supone una actividad relajante después de la larga jornada escolar y antes de la igual de larga jornada de deberes? No sé cuestiona. Es inglés, es im-pres-cin-di-ble y fun-da-men-tal. Y el problema es que las academias marcan los mínimos de  los colegios. Los niños van a las academias a copiar como loros palabras que, muchas veces no saben ni qué significan, pero copian y copian y cuando les preguntan esas mismas palabras en el colegio las repiten perfectamente y ese es el criterio de evaluación para todos. 

Luego entramos en los entresijos de este bendito sistema educativo. Y aquí, con todo el respeto del que soy capaz, culpo tanto a padres como a mis colegas de profesión. A los padres porque nos hemos dejado engañar por la idea de los colegios buenos y malos (en función de la posición en los “rankings”) porque en el fondo es una idea que nos atrae. Porque no nos gusta que nuestros hijos vayan con hijos de inmigrantes o nos molesta que un compañero tenga una necesidad un poquito más especial que las de nuestro perfecto retoño porque “retrasa el avance de nuestro hijo”. Así que somos carne de cañón para que nos vendan la falsa idea de elitismo en las escuelas, de ahí los rankins, el llevar a los niños a colegios concertados, la competición entre colegios públicos por captar alumnos…

Y culpo también a mis compañeros. Primero porque permitimos que este sistema se siga extendiendo como un cáncer. La marea verde es la más parada de la historia de las mareas. Hay muy poca movilización; y segundo porque, aún sometidos al yugo de un sistema de mierda, se puede actuar de muchas maneras. Se pueden mandar cinco ejercicios de deberes o trabajar en clase y no mandarlos, se puede decir que los niños tienen que hacer los deberes porque es la autoridad del profesor el que la manda o asumir que no somos tanta autoridad sino un guía para enseñarles la entrada al camino de baldosas amarillas que, al final, tendrán que recorrer solos, porque se nos puede llenar la boca diciendo que queremos enseñar a nuestros alumnos a ser independientes y críticos pero les queremos sumisos a nuestra autoridad, porque convertimos los fines de semana de los alumnos es interminables jornadas de deberes, de escribir una y otra vez los nombres de los animales en inglés (porque en 1º de primaria si escribes fis en vez de fish te lo pongo mal) en vez de permitirles tener tiempo libre para ir al zoo a ver a los animales en vivo; porque estamos todos los docentes taaaaan cansados y tenemos taaantas ganas de que llegue el fin de semana para descansar, pero nosotros, ¿eh? los niños no, que no asimilan la cultura del esfuerzo, que no repasan, que pierden la rueda del sistema, que no pasan por el aro…ellos a trabajar, a hacer deberes, que para eso son alumnos.

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