viernes, 2 de octubre de 2015

Es muy difícil educar a los hijos. Y es muy difícil procurarles una buena educación. Ambas cosas son muy distintas, pero tienen en común que es una tarea ardua y difícil. Y lo es principalmente porque, por lo general, tienes la sensación de ir a contracorriente en un mundo que a cada paso que das se muestra más hostil, más loco, más inhumano. Como decía la genial Mafalda: “¡Qué paren el mundo, que me quiero bajar!. Pues eso, que yo me quiero bajar. El sistema educativo a través del cual intento procurar a mis hijos la mejor educación ha decidido que para formar a sus profesores y garantizar que son los mejores de entre los mejores, éstos tienen que pasar una maratoniana oposición en la que luchan a su vez con unas pruebas trampa, unos tribunales obligados a suspender a gente aprobada, al descrédito que intentan sus verdugos atribuyéndoles la total responsabilidad de su fracaso cuando les dan para jugar dados trucados. Al desánimo, la desesperanza, la merma de la autoestima y el agotamiento emocional que este largo, duro e inhumano proceso causa en los docentes se une como guinda del pastel el hecho de que luego…os lo voy a explicar con una adivinanza. Tenemos dos profesoras en las listas de interinos, una de ellas se ha presentado por la especialidad de Educación Primaria, aprobó el primer examen, no así el segundo y su puesto es la 360 de la lista 2.1. Por otro lado tenemos otra profesora que se presentó por la especialidad Lengua Extranjera Inglés, suspendió ambos exámenes y su puesto es la 740 de la lista 2.2. Ahora la pregunta del millón….¿Cuál de las dos es tutora de un curso de primaria con una vacante a jornada completa desde septiembre? Esta tutora, se ha encontrado en su clase, de 25 niños con un niño de integración. No sé exactamente su diagnóstico pero sí sé que es muy sensible a los cambios, que le alteran incluso. Este año tiene nueva tutora y parece ser que realiza conductas disruptivas en clase, entre ellas, gritos. Soy perfectamente consciente de lo desquiciante que puede resultar que una clase se te vaya de las manos, que las conductas, como un reguero de pólvora, se contagien del primer grito y la clase se acabe volviendo una jaula de grillos. Sé la inseguridad que, siendo nueva, esa situación produce, las dudas (¿será que yo no sé cómo hacerlo?), la desesperación, las ganas de renunciar incluso…sé todo eso porque soy tutora de sexto de primaria en una clase de 11 alumnos, por lo menos 3 de integración y 2 directamente de educación especial. Pero la profesora 740 ha decidido que la forma en la que va a extinguir los gritos de este niño es castigar a toda la clase siempre que este niño grite. ¿Os imagináis cuál está siendo la consecuencia? Que este niño, que el año pasado tenía amigos y un grupo de compañeros que le arropaban ante posibles verbalizaciones desafortunadas sobre sus diferencias, se está quedando sin apoyos, sus compañeros no comprenden (ellos tienen 8 años) que no es el propio niño quien tiene la culpa sino la falta de preparación, sensibilidad, aptitud pedagógica o lo que sea de su profesora. Esta conducta es moralmente reproblable, desde mi punto de vista, por dos motivos, por un lado porque nuestra obligación como maestros es entender las diferencias individuales de nuestros alumnos y entender que esas palabras tan manidas que tan bien quedan en las programaciones didácticas de atención a la diversidad son algo más que eso, una frase hueca en el documento lleno de falsedades que se presenta en la oposición y por otro lado porque es injusto que castigue a niños de 8 años por las conductas de un tercero. La siguiente consecuencia de la desacertada intervención de la profesora 740 es, como no, la intervención de los papás. Capítulo aparte. Me apena y me indigna a partes iguales que papás de esta clase carguen contra este niño porque distorsiona la clase, porque es un niño difícil, porque perjudica a sus hijos (también deberían ser conscientes de la reflexión del párrafo anterior, pero este tipo de padres suele tener la característica común de ser bastante pelotas con los profesores, sean éstos como sean, por lo tanto nunca cuestionarán la actuación docente). He llegado a oír a padres pedir al profesor que separen a su hijo de un niño con un ritmo de aprendizaje más lento porque “retrasa a mi hijo” o decir que a nuestro niño de integración igual le hace falta otro tipo de colegio y su madre debería planteárselo….pues bien, yo digo una cosa: NO, NO y rotundamente NO. La escuela pública es y debe ser un lugar de integración de TODOS los niños. A TODOS se les debe dar la oportunidad de desarrollar sus capacidades de la mejor manera posible. TODOS tienen el mismo derecho a estar. Y ésta es, para mí, la afirmación más importante que deberían entender estos papás, que sus hijos no tienen más derecho que los de los demás a hacer cosas, a estar en sitios, a estudiar donde quieran. Que es el colegio el que debe poner los medios para adaptarse a este niño, con sus gritos, con sus conductas, que debe ayudarle. Y todo esto lo escribo después de la que ha sido la semana más dura de mi vida como maestra, en la que he sentido cero empatía con unos alumnos de 12 años que no hacen más que insultarse, sacarse la lengua, chincharse, etc. como si fueran niños de infantil. Cuando tengo las cuerdas vocales inflamadas, hasta el punto de no poder emitir ningún sonido de gritarles para que se callen, cuando he pensado en tirar la toalla y dedicarme a otra cosa…. Creo que soy perfectamente capaz de entender que la frustración y la impotencia nos puede llevar a no ser el maestro que sabemos que somos. Le daré un voto de confianza a la profesora 740 a ver si, al igual que espero que me pase a mí, somos capaces de coger las riendas de la clase y disfrutar de lo que, a pesar de todo, creo que es el mejor trabajo del mundo. En lo que me siento más intransigente es en mi opinión sobre los padres. Todos vemos que nuestros hijos son perfectos (algunos, como yo, con toda la razón del mundo) pero su actitud segregadora, su intolerancia hacia el diferente me enfada porque dificulta que yo eduque a mis hijos. Yo quiero que mis hijos sean conscientes de que una parte importante de que sean tan extraordinarios, es precisamente esa humanidad, esa bondad, esa inocencia y esa valentía que les permite hacerse amigos de los niños por lo que son, no mirando su raza, su color de piel o sus características particulares y eso es muy difícil cuando otros compañeros transmiten las ideas racistas, intolerantes o estúpidas sobre qué niños tienen derecho a estar en un sitio o hacer algo. Espero saber hacer impermeables a mis hijos de las opiniones de los cavernícolas que no van a intentar ver más allá de las sombras de la cueva, porque así piensan que sus mediocres vidas tienen más valor. La grandeza de la persona es otra, mis hijos la tienen, trataré por todos los medios que no la pierdan. Iré contracorriente porque no hay otro camino y les enseñaré que, aunque es un camino costoso, nos hace más fuertes, como a los salmones. Y siempre es mejor ser un salmón que un percebe.