miércoles, 22 de marzo de 2017

¿EXCELENCIA O VILEZA EDUCATIVA?

Como ya he comentado en alguna otra entrada, hay términos relacionados con la educación que me resultan profundamente nauseabundos cada vez que los escucho. Uno de ellos es, sin duda, el de excelencia educativa. Este maldito vocablo es uno de los causantes del deterioro y la destrucción intencionada de la educación en este país.

Conozco a una pareja. Él es interino en un instituto público. Ella trabaja en un colegio privado. “Elitista”, es decir, muy caro.

Ambos están con sus respectivas juntas de evaluación. Se acaba el segundo trimestre y hay que poner las notas. Sería cuestión de discutir en otro momento la bondad de seguir evaluando con notas, pero al fin y al cabo es otro eslabón que permite, en aras de la “excelencia”, crear rankings de los mejores y peores colegios, favorecer la competitividad entre los niños y sus padres y otros torpedos que se van lanzando a la línea de flotación del maltrecho sistema educativo.

Volviendo a las juntas de evaluación. Para los que trabajen fuera del ámbito educativo aclararé que las juntas de evaluación son reuniones entre el equipo directivo (director y jefe de estudios) con el tutor de un curso y todos los profesores que imparten asignaturas en dicho curso. En ellas se repasan los resultados de la evaluación de cada estudiante, viendo su evolución y con el objetivo (teórico al menos) de detectar necesidades educativas en el alumno para ayudarle a recorrer con éxito el camino de su formación académica y personal.

En el instituto público hay casos de fracaso escolar. Es complicado. Muchas veces vienen de situaciones familiares difíciles. Dos chicos colombianos vieron cómo sus padres eran asesinados por sicarios. Las condiciones socio económicas son más bien precarias. Este contexto se une a dificultades cognitivas. Niños que no llegan y que no cuentan con el oxígeno que daban las medidas de compensatoria y diversificación. Los recortes, ya se sabe.

Los profesores, en las juntas de evaluación, se plantean cómo orientar el futuro de estos niños. ¿Es justo seguir haciéndole sufrir en un 4º de la ESO con un nivel que no es capaz de alcanzar? ¿No será  mejor intentar que siga estudiando a través de una FP básica y ver si desde ahí puede ir subiendo escalón a escalón: FP de grado medio y llegar incluso a una FP de grado superior? ¿Hasta qué punto es esfuerzo titánico que realizan estos alumnos se ve recompensado en el futuro? Incluso a los que tienen buenos resultados les cuesta esfuerzo conseguir ese éxito. Hay un alumno que viene de un colegio concertado. Está acostumbrado a otro tipo de estilo de evaluación. Su nivel es más bajo que el de sus compañeros y aun así, viene con un expediente brillante. Aquí suspende. No se lo explica. Sus padres tampoco. Acuden frecuentemente al instituto a hablar con los profesores, con el tutor, con jefatura de estudios… Están acostumbrados a otro estilo de colegio.

Mientras tanto, atravesemos el espejo. Lleguemos al mundo del colegio privado. Ella también está en la junta de evaluación. Preside dirección y jefatura de estudios. Están discutiendo el caso de un alumno de integración. No sólo su capacidad intelectual es muy reducida sino que su actitud en clase es completamente intolerable. Los profesores se quejan de falta de trabajo, faltas de respeto, interés nulo. Dirección toma la palabra. Ha tenido reunión con los padres, con los que pagan la elevadísima mensualidad que engorda las arcas del grupo de inversión dueño del colegio. La madre se muestra indignada. Su hijo trabaja “muchísimo” … en casa…con ella. Trae cuadernos y cuadernos rellenos con algo más que una guía por parte de la madre. Por lo tanto merece aprobar. Hay que recompensar todo ese esfuerzo… Aunque…como quiere dejar claro, en este colegio no se aprueba a nadie que no lo merezca. Dos profesoras intercambian miradas atónitas pero no dicen nada. Las notas se cambian. El alumno aprueba. Como tantos otros. Se oye una reflexión: no puede ser que niños que vienen rebotados de otros colegios con varios suspensos a sus espaldas se encuentren en este centro a en el que pagan lo que pagan y sigan suspendiendo. No puede ser. 
-"Pero es que…no hacen nada…"
-"No puede ser". 
-"Es que tienen todos los exámenes suspensos". 
-"Que hagan un trabajo". 
Aprobado.
Los padres pagan, los padres exigen, el colegio obedece. 


Terminan las juntas de evaluación. Los dos docentes se dirigen a su casa. Ambos tienen una profunda sensación de tristeza en el alma. 

La profesora siente que, de alguna manera, ha traicionado los principios en los que cree. Siente que es partícipe de toda esta injusticia. Piensa en su familia. Y calla. Y aprueba a sus alumnos. 

El profesor piensa con pena en sus alumnos. Sabe que lo tienen difícil y que lo tendrán más difícil aun cuando salgan del instituto…a un mundo en el que el dinero manda. En que se encontrarán el muro de los precios de las tasas de las carreras universitarias que no podrán asumir aunque tengan capacidad de sobra para ello. Los que, milagrosamente, consigan acceder al ciclo universitario, se verán abocados a trabajos precarios a no ser que tengan contactos, que es lo importante en este mundo. 
Y mientras tanto verán desfilar a su lado a los alumnos del otro colegio, el “elitista”, el “excelente”, el caro. Mucho menos capaces, pero mucho más ricos. Siempre tendrán abiertas las puertas de cualquier universidad privada que perpetúa el estilo educativo al que están acostumbrados. Saldrán con los contactos suficientes para aterrizar directamente en lo más alto… 

¿Excelencia educativa? No. Excelencia sería si todos, vengan de donde vengan, ganen lo que ganen sus padres, tuvieran las mismas oportunidades para alcanzar metas en igualdad de condiciones, poniendo en juego variables como el esfuerzo, la superación y el trabajo. Un sistema educativo que ha conseguido clasificar los colegios en tres tipos: los privados (pago y consigo las notas), los concertados (quiero y no puedo…pero bueno, por lo menos no voy con niños de integración e inmigrantes) y los públicos (desangrados y destruidos hasta que son solo refugio de los que no tienen opción) no es excelente. Rezuma vileza. 

domingo, 5 de marzo de 2017

Des-innovación educativa




Pero sobre todo esto, el mayor pecado que cometemos como docentes y por el que deberíamos hacer un profundo examen de conciencia es por obligar a nuestros niños a renunciar a su talento para pasar por el aro del sistema. Matamos la creatividad y lo peor de todo, matamos la pasión de la infancia para que los niños extraordinarios, esos a los que el sistema se les queda corto, les aburre, les desmotiva, se pongan a la altura de los niños mediocres que se adaptan muy bien a esta maquinaria perversa que crea sumisos, niños sin personalidad pero que hacen deberes durante horas aunque tengan que llorar amargamente y perder tiempo de ocio (cultura del esfuerzo, no lo olvidemos) que no cuestionan nada, que escriben perfectamente fish porque lo han copiado  mil veces, aunque quizás no sepan lo que significa. 

Cuanto más leo, estudio y vivo la educación española, desde dentro como maestra y desde fuera como madre, más me doy cuenta de la hipocresía en la que estamos inmersos.
Se nos llena la boca con palabras como innovación, nuevas tecnologías, aprendizaje basado en proyectos, diversidad del alumnado, adaptación al estilo y ritmo de aprendizaje de los alumnos, desdobles, motivación, entusiasmar para aprender y un sinfín de términos y conceptos que componen una bella fauna de unicornios color rosa en el país del arcoíris en el que creemos habitar los docentes y los padres. 

Sin embargo la realidad es muy distinta. No vivimos en el bello mundo de Oz, sino en los dominios de la malvada bruja del Oeste encarnada en esa aberración diabólica llamada bilingüismo y con su séquito de monos voladores llamados cultura esfuerzo, aprendizaje memorístico, deberes, deberes y más deberes, libros de texto, cuadernillos, ejercicios del cuaderno, si faltas un día tienes los deberes más todo lo que hemos hecho en clase, vamos a tema por quincena y la mitad de los ejercicios se hacen en casa, etc.
Pero conozcamos más de cerca a estos monstruos que están devorando, con nuestro consentimiento y, en ocasiones, incluso celebración, la infancia de nuestros hijos.
La reina del mal, para mí, es, sin duda, el bilingüismo. Esa soberana estupidez que, jaleada por esos papás a los que han lavado el cerebro con la idea de que el inglés es fun-da-men-tal pero que casi ninguno ha ido a ninguna parte donde haya tenido que usarlo. El bilingüismo no funciona. Lo han dicho varios expertos pero cualquiera con dos dedos de frente lo puede ver por sí mismo. Es una estupidez que niños de 6 años que, están consolidando sus habilidades lecto-escritoras ( en otro países es a esta edad a la que EMPIEZAN a leer y escribir) se encuentren con dos asignaturas troncales en inglés. Cualquiera que tenga dos neuronas conectadas se dará cuenta de que, de esta forma, ni aprenden el ansiado inglés ni tendrán ni pajolera idea de conceptos importantes de sociales y naturales. Y aquí entra en juego el negocio del siglo: las academias de inglés. Las hay de todo tipo, que juegan que repasan, que dan sciences… pero la mayoría de los niños van a academia de inglés. Luego todos decimos tener el unicornio del “uso responsable” de las extraescolares, pero el inglés es intocable. ¿Le gusta al niño?, ¿le supone una actividad relajante después de la larga jornada escolar y antes de la igual de larga jornada de deberes? No sé cuestiona. Es inglés, es im-pres-cin-di-ble y fun-da-men-tal. Y el problema es que las academias marcan los mínimos de  los colegios. Los niños van a las academias a copiar como loros palabras que, muchas veces no saben ni qué significan, pero copian y copian y cuando les preguntan esas mismas palabras en el colegio las repiten perfectamente y ese es el criterio de evaluación para todos. 

Luego entramos en los entresijos de este bendito sistema educativo. Y aquí, con todo el respeto del que soy capaz, culpo tanto a padres como a mis colegas de profesión. A los padres porque nos hemos dejado engañar por la idea de los colegios buenos y malos (en función de la posición en los “rankings”) porque en el fondo es una idea que nos atrae. Porque no nos gusta que nuestros hijos vayan con hijos de inmigrantes o nos molesta que un compañero tenga una necesidad un poquito más especial que las de nuestro perfecto retoño porque “retrasa el avance de nuestro hijo”. Así que somos carne de cañón para que nos vendan la falsa idea de elitismo en las escuelas, de ahí los rankins, el llevar a los niños a colegios concertados, la competición entre colegios públicos por captar alumnos…

Y culpo también a mis compañeros. Primero porque permitimos que este sistema se siga extendiendo como un cáncer. La marea verde es la más parada de la historia de las mareas. Hay muy poca movilización; y segundo porque, aún sometidos al yugo de un sistema de mierda, se puede actuar de muchas maneras. Se pueden mandar cinco ejercicios de deberes o trabajar en clase y no mandarlos, se puede decir que los niños tienen que hacer los deberes porque es la autoridad del profesor el que la manda o asumir que no somos tanta autoridad sino un guía para enseñarles la entrada al camino de baldosas amarillas que, al final, tendrán que recorrer solos, porque se nos puede llenar la boca diciendo que queremos enseñar a nuestros alumnos a ser independientes y críticos pero les queremos sumisos a nuestra autoridad, porque convertimos los fines de semana de los alumnos es interminables jornadas de deberes, de escribir una y otra vez los nombres de los animales en inglés (porque en 1º de primaria si escribes fis en vez de fish te lo pongo mal) en vez de permitirles tener tiempo libre para ir al zoo a ver a los animales en vivo; porque estamos todos los docentes taaaaan cansados y tenemos taaantas ganas de que llegue el fin de semana para descansar, pero nosotros, ¿eh? los niños no, que no asimilan la cultura del esfuerzo, que no repasan, que pierden la rueda del sistema, que no pasan por el aro…ellos a trabajar, a hacer deberes, que para eso son alumnos.